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Te guste o no, el horror es queer en su esencia

"What We Do In The Shadows". Imagen: Tumblr
Words mor.bo Reading 4 minutos

El género cinematográfico de terror, conocido por su capacidad para evocar el miedo, el pavor y la conmoción, ha cautivado durante décadas al público con su exploración de lo macabro y lo sobrenatural. En su esencia, el terror suele ahondar en los aspectos más oscuros de la naturaleza humana y lo desconocido, jugando con miedos primarios que trascienden las fronteras culturales. Este género tiene un ADN gótico y único, caracterizado por sus temas recurrentes de aislamiento, locura y lo grotesco, a menudo situados en escenarios inquietantes y premonitorios. El atractivo perdurable del terror reside en su capacidad para confrontar al público con sus ansiedades más profundas, proporcionándole una experiencia catártica a través de la confrontación vicaria del terror.

El terror es un género intrínsecamente queer, con elementos subtextuales que resuenan entre el público LGBTQI+. Desde los inicios del cine, el terror ha proporcionado un espacio para explorar temas de exclusión, transformación y deseos prohibidos, reflejando la marginación social de las personas queer. Los personajes y la narrativa del terror encarnan la tensión entre identidades queer ocultas y normas sociales, ofreciendo una metáfora de la experiencia LGBTQI+. La fascinación por lo monstruoso y siniestro permite una reflexión sobre la fluidez de la identidad y el miedo a lo desconocido. No solo codifica la “diferencia”, sino también comportamientos transgresores, como la resurrección de los muertos o las transformaciones corporales, haciendo que el terror sea queer.

Desde Mary Wollstonecraft Shelley, la inventora de la ciencia-ficción y el terror con Frankenstein, y pasando por Bram Stoker, autor de Drácula, las historias de terror han tenido autores con identidades queer. Drácula se lee como una expresión del miedo a la homosexualidad, con el Conde Orlok visitando a Jonathan Hutter (Harker) en su dormitorio en Nosferatu (1922), del cineasta gay F. W. Murnau, o las discusiones sobre Renfield en la versión de Drácula de 1931 con Bela Lugosi. Frankenstein sirve como una alegoría trans, con un “monstruo” cuyo cuerpo se moldea y transforma a través de la ciencia y la tecnología, trascendiendo el binario heteronormativo y las ideas de masculinidad y feminidad. Para el público hetero, el miedo puede verse como uno hacia las personas trans, que eventualmente se transforma en odio, cuando lo único que quiere el “monstruo” es vivir, encontrar paz y un poco de conexión humana.

También sirven como ejemplo las películas de Alfred Hitchcock, donde el sexo se relaciona con la moral, la ética y la identidad. Hitchcock empleó a menudo actores homosexuales, como Ivor Novello en The Lodger (1927), y utilizó material de autoras lesbianas como Daphne Du Maurier y Patricia Highsmith. En Rebecca, la Sra. Danvers representa el deseo sáfico prohibido, y Anthony Perkins estaba en el armario cuando interpretó a Norman Bates en Psycho. Las transformaciones en historias de hombres lobo y adaptaciones de Dr. Jekyll and Mr. Hyde son alegorías del “miedo al otro” y la culpa de los deseos homosexuales. Cat People (1942) es conocida por sus mensajes codificados sobre el lesbianismo y la sexualidad femenina. Asimismo, las películas de monstruos para adolescentes exploran cómo la ciencia se utilizaba para “curar” la homosexualidad.

El horror queer también nos ha dado vampiresas lesbianas depredadoras y asesinas bisexuales en Carmilla, The Uninvited, The Haunting, Daughters of Darkness, y villanas lesbianas y bisexuales de películas como Bound, Single White Female o Basic Instinct. Incluso clásicos como Carrie llevan consigo ese ADN queer en la ignorancia religiosa en casa y el acoso en la escuela por cosas que escapan del control de su protagonista; Hellraiser, del cineasta gay Clive Barker, juega con ideas de pecado carnal, vergüenza sexual e imágenes de BDSM. Hasta The Babadook se convirtió en un improbable icono gay tras un error de categorización de Netflix, y ahora es celebrado como tal durante el Orgullo.

El poder queer en el cine de terror ha redefinido el género, ofreciendo una plataforma para explorar identidades marginadas y cuestionar normas sociales. A través de metáforas y simbolismos, el terror queer aborda temas de exclusión, transformación y deseo prohibido, resonando profundamente con las experiencias LGBTQI+. En un mundo donde las personas queer aún enfrentan discriminación y violencia, el cine de terror queer ofrece una forma de resistencia y empoderamiento, demostrando que lo que se considera “monstruoso” o “anormal” puede ser una fuente de fuerza y orgullo.

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