La polémica con Israel en Eurovisión continúa tras acusaciones de “inflar” el voto del público artificialmente

Un año más, la participación de Israel en Eurovisión ha generado controversia tras la final celebrada en Basilea el pasado sábado. La representante israelí, Yuval Raphael, fue la candidata más votada por el público en el televoto, recibiendo la máxima puntuación de hasta 13 países, que solo pudo ser frenada por los puntos obtenidos por JJ, el representante de Austria, que terminó llevándose el trofeo del evento. Según el análisis de medios como elDiario, Este resultado fue posible debido a una combinación de campañas de promoción intensivas, cambios en el sistema de votación y el apoyo explícito de grupos políticos y embajadas, lo que ha suscitado dudas sobre la integridad del televoto y el papel del festival como escenario de propaganda.
Desde hace unos años, el sistema de televoto de Eurovisión permite a cada persona emitir hasta 20 votos por terminal móvil o tarjeta de crédito, y la votación puede hacerse desde el inicio de la gala final, incluso 24 horas antes en Latinoamérica. Esta modalidad ha facilitado la movilización masiva de votos, especialmente en el caso de Israel, que desplegó campañas institucionales a través de sus embajadas y redes sociales, animando a sus simpatizantes a votar en bloque y aprovechar al máximo el nuevo sistema.
La campaña de Israel para Eurovisión 2025 incluyó anuncios pagados en plataformas como YouTube, muchos de ellos visibles en los propios streams oficiales del festival. Estos anuncios, financiados por organismos estatales israelíes, promovían el voto a Yuval Raphael y destacaban su historia personal vinculada al conflicto de octubre de 2023. Además, embajadas israelíes en toda Europa difundieron mensajes coordinados pidiendo el apoyo a su candidata, mientras sectores de la ultraderecha europea y políticos de derecha se sumaron a la campaña, especialmente en países como España.
A pesar del éxito en el televoto, la canción israelí no reflejó un respaldo similar en plataformas de streaming, donde sus cifras fueron notablemente inferiores a las de otros favoritos. Esta desconexión entre la popularidad real de la canción y el resultado del televoto ha alimentado las sospechas de manipulación y de que el apoyo recibido no responde a criterios musicales, sino a una estrategia política y mediática bien orquestada.
Pese a las críticas, también hay que tener en cuenta que en Eurovisión solo se vota a favor de un país, no en contra, así que resulta fácil para un número relativamente pequeño de personas pro-Israel influir realmente en los resultados. Esto se aplica básicamente a cualquier país politizado en Eurovisión, ya que todo lo que se necesita es un grupo lo suficientemente grande de personas que decidan que realmente vale la pena votar para hacer una declaración. Esto hace que los fans de Israel siempre voten en bloque, mientras que aquellos que no votan por ellos tienen su voto diluido a favor del resto de los países participantes en la final.
Aún así, hay que tomar en cuenta que el peso de Israel en Eurovisión no se limita al ámbito musical y político, sino que también tiene una dimensión económica. Moroccanoil, una empresa israelí de cosméticos, es el patrocinador principal del festival desde hace varios años. La compañía ha sido señalada por organizaciones civiles por su vinculación con territorios ocupados y su estrecha relación con el gobierno israelí. La presencia de este patrocinio refuerza la percepción de que el festival está cada vez más influenciado por intereses ajenos a la música.
Ante la polémica, RTVE ha solicitado a la Unión Europea de Radiodifusión abrir un debate sobre el sistema de televoto y ha encargado una auditoría para analizar posibles anomalías en la votación española. El festival de Eurovisión se encuentra así en una encrucijada: el uso del certamen como plataforma de propaganda, el inflamiento artificial de votos y la permisividad ante estas prácticas podrían llevar a futuras ediciones marcadas por boicots de países y aficionados, especialmente si el evento regresa a Tel Aviv, en un contexto de creciente rechazo internacional a sus políticas y acciones.
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