El tercer día del Primavera Sound arrancó con el triple de calor que los dos días anteriores. Judeline, vestida de flamenca vanguardista, se apropió del escenario como si fuera su altar personal. Entre beats electrónicos, cuatros venezolanos y letras que hablan de amor, desamor y autonomía, nos entregó un set tan íntimo como incendiario.

Judeline, la artista española, nos llevó en un viaje muy teatral con distintas paradas en su recorrido: nos invitó a perrear hasta abajo, a conocer a un Canijo que luego nos rompe el corazón, pero también nos tomó de la mano para sanar y recordarnos que si no se puede estar con uno, es mejor estar con 2+1. Se movió entre sonidos de house y folklore venezolano con Joropo para ofrecernos algo distinto, fresco y propio rindiendo tributo a sus raíces venezolanas.

Y cuando parecía que no quedaba más y estaba a punto de retirarse, se acercó a la pasarela y lanzó un grito potente, sumándose así al llamado urgente de humanidad en Gaza con un “¡Viva Palestina libre!”. El público respondió con fuerza.

Glass Beams trajo un oasis psicodélico al corazón del festival. Con su característico máscara y una estética que mezcla espiritualidad oriental con grooves electrónicos, su show fue un viaje hipnótico. No hicieron falta palabras: solo ritmo, bajo y una atmósfera en la que el tiempo parecía suspenderse. Su tema Mirage fue uno de los puntos altos del set.

Fontaines D.C. tuvo una responsabilidad clave: ser la antesala de Chappell Roan. Su escenario, justo al lado del de la artista pop y mientras armaban el escenario para Chappell con un gran despliegue técnico, se vio rodeado de un público mixto: los fans de la banda y los que esperaban desde temprano por el show de la drag queen por más de dos horas. Lejos de sentirse desplazados, los irlandeses aprovecharon la ocasión para unir a las masas a través del poder crudo de su post-punk. Grian Chatten derrochó energía con temas como Big, Jackie Down the Line y Starburster, conectando incluso con quienes no eran originalmente su público.

Pero la sorpresa llegó con el cierre. En las gigantescas pantallas, ante más de 60.000 personas, apareció el mensaje “FREE PALESTINA” con la estética verde y la tipografía de la banda. El Fòrum explotó en un cántico masivo: “Free Palestina, Free Palestina”. Al final, otro mensaje: “Israel está cometiendo un genocidio, usa tu voz”, acompañado de la bandera palestina. Una de las presentaciones más políticas y potentes del festival.

Y entonces llegó Chappell Roan. Con una puesta en escena que parecía salida de la mente de Tim Burton, protagonizada por una drag queen que se movía entre lo teatral y lo pop con absoluta soltura, su show fue simplemente histórico. Temas como Good Luck, Babe! y Super Graphic Ultra Modern Girl se corearon como himnos queer, pero fue Femininomenon el que desató la locura colectiva: “Estoy tan harta del amor en línea” retumbó en todo el Parc del Fòrum mientras la artista y el público se fundían en una misma voz. Chappell no dio un concierto: orquestó un manifiesto pop y queer al mismo tiempo.

Anohni and the Johnsons ofrecieron una experiencia para quienes aprecian lo sensorial y lo introspectivo. Vestida completamente de blanco, con guantes largos y el cabello platinado, Anohni se deslizaba por el escenario como una criatura marina. Con la luz jugando a su favor y un fondo que evocaba las profundidades del mar, su figura evocaba una medusa etérea que nos cantaba el dolor del mundo. Temas como Drone Bomb Me y Why Did You Separate Me From The Earth? fueron interpretados junto a su orquesta The Johnsons con una belleza devastadora.

LCD Soundsystem volvió a demostrar por qué son leyenda viva. James Murphy lideró con soltura un show que fue una lección de dance-punk sin fecha de caducidad. Desde Daft Punk Is Playing at My House hasta el clímax emocional de All My Friends, el concierto fue una celebración de los outsiders y una invitación a bailar con rabia y alegría.

Y para cerrar, Yung Beef llevó el caos controlado al escenario. Entre autotune, beats crudos y barras que oscilaban entre lo marginal y lo poético, su show fue una descarga de adrenalina. Ataviado con gafas oscuras y camiseta rota, soltó temas como Ready pa morir y Bajo el agua, dejando claro que el trap también tiene espacio en el Primavera. Fue el cierre perfecto: irreverente, visceral, sin pedir perdón.

Turnstile apareció en la escena cuando ya era entrada la madrugada, pero eso no impidió que su descarga de energía hardcore sacudiera a los que aún resistían el calor y el cansancio. Con una puesta en escena cruda y sin artificios, la banda de Baltimore desató una catarsis colectiva entre riffs sucios, saltos frenéticos y pogos espontáneos. Canciones como Blackout y Mystery resonaron con fuerza mientras el público, reducido pero encendido, se entregaba por completo. Fue un cierre tardío, ruidoso y liberador: la prueba de que el alma punk del festival aún respiraba cuando ya casi amanecía.

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