Kesha
. (Period)

Kesha, la artista que irrumpió en 2010 con TiK ToK, ese himno de fiesta descarado y brillantemente vulgar, pasó de ser la reina del electropop hedonista a un símbolo de resistencia. Durante casi una década, su carrera estuvo marcada por una batalla legal contra Dr. Luke, su exproductor, acusado de abuso sexual. Este conflicto la silenció artísticamente, la encadenó a contratos opresivos y convirtió discos como Rainbow (2017) en gritos de dolor disfrazados de pop. Ahora, con . (Period), su primer álbum bajo su propio sello, Kesha no solo cierra un capítulo, sino que lo incendia.
Libertad. Esa es la palabra que define . (Period), y no solo por el primer track, FREEDOM, donde Kesha canta I only drink when I’m happy, and I’m drunk right now entre coros gospel y un beat que parece sacado de una discoteca celestial. Aquí, la libertad suena a risa estridente, a sintetizadores que vibran como neones en un bar de carretera, a letras que celebran el caos y a una artista que, por fin, puede ser tan irreverente o vulnerable como le dé la gana. Si Gag Order (2023) fue una terapia sonora, este disco es la afterparty.
Pero no hay que cometer el error de pensar que el álbum es un regreso ingenuo a sus raíces. Kesha sabe que el pop del 2025 no es el de 2010 (a diferencia de otras artistas cuyos nombres no mencionaremos), y juega con eso: JOYRIDE es un carrusel de acordeón polka y hyperpop que podría ser la banda sonora tanto de un tiktok viral como una película de Tarantino; Yippee-Ki-Yay mezcla country con beats trap como si Beyoncé se hubiera unido a la fiesta; y Boy Crazy es un banger de synthpunk donde Kesha se declara una connoisseur de hombres. Hay guiños a Charli XCX y a Dolly Parton, pero todo suena keshañesco: excesivo, brillante y un poco grotesco. Como debe ser.
Esa autenticidad es lo que salva al álbum de caer en una trampa de nostalgia. Cuando en Delusional suspira Thanks for the heartbreak — it gets my bills paid, no es una frase vacía: es la misma mujer que convirtió su dolor en Praying, pero ahora con el lujo de reírse. Incluso en Red Flag, donde admite sentirse atraída por los “bastardos sin esperanza”, hay un humor ácido que recuerda a sus mejores momentos. Así queno es que ignore su pasado; es que ya no deja que la defina.
Claro, no todo es perfección. Love Forever y Glow se sienten como rellenos en un disco que, a ratos, parece más un moodboard de tendencias que una declaración cohesiva. Pero incluso ahí, Kesha se divierte: el autotune robótico de Glow suena como si Grimes hubiera producido un jingle de McDonald’s, y es tan absurdo que casi funciona. Lo que falta en profundidad lo compensa con personalidad.
Y entonces llega Cathedral. Si el álbum es un grito de libertad, este tema es el silencio que lo sigue: una balada monumental donde Kesha, con la voz rota y resplandeciente, canta I died in the hell so I could start living again. Es imposible no pensar en Praying, pero aquí no hay rabia, sino paz. La producción, llena de cuerdas dramáticas y un piano que suena a misa laica refuerza la idea de que esto es una declaración absoluta en la que la artista rompe las cadenas del pasado para volver a ser ella.
Puede que . (Period) no sea el disco más pulido de Kesha, ni el más comercial. Pero es, quizás, el más suyo, y el más necesario tras un largo trauma. Este es un álbum que celebra el derecho a ser incoherente, a mezclar glitter con barro, a borrar la línea entre lo ridículo y lo sublime. Como ella misma dice en JOYRIDE: I’ve earned the right to be like this. Y vaya si lo ha ganado. Después de años luchando por ser dueña de su voz, Kesha no solo la recupera: la convierte en una fiesta a la que todos estamos invitados, así que bienvenidos al renacimiento de un ícono. La fiesta, esta vez, es en sus términos.
Escucha . (Period) en su totalidad a continuación.
Despues de leer, ¿qué te pareció?
-
-
-
1Lo amé
-
-
-