Brooke Candy ahora suma a sus talentos el de tatuadora: “Tatuar me salvó la vida todos los días en el 2020”

Para quienes aún no se han sumergido en el universo de Brooke Candy, vamos a hacerles una breve introducción: es una rapera, cantante, compositora, directora, modelo, y estilista de 31 años de edad proveniente de California, y que ha trabajando bastante duro para llegar a donde está. Su leyenda cuenta que tras salir del armario como queer de forma no muy exitosa durante una acalorada discusión con su madre, Candy se encontró sin hogar cuando era adolescente. Así terminó buscando refugio con sus amigos, a través de los cuales entró en la escena punk de San Francisco como aspirante a fotógrafa, y más adelante como stripper.
No pasó mucho tiempo antes de su amor por la música comenzara: debutó con su ahora emblemática canción Das Me en 2012, apareciendo después en un cameo en el video musical de Genesis de Grimes. Desde entonces, Candy ha acumulado una base de fans leal y feroz, y sus colaboraciones con estrellas de la música indie como Charli XCX, CupcaKKe y Big Freedia, junto con su presencia en la escena nocturna queer, han consolidado a Candy como una fuerza líder en la música pop sin haber publicado nunca un álbum completo hasta la llegada de Sexorcism en el 2020.
Al igual que a todos, la pandemia la tomó de sorpresa en el 2020, así que Brooke tuvo que cancelar una serie de compromisos y presentaciones en vivo. Mientras algunos desesperaron, Candy decidió continuar viviendo su vida, y dedicarse a ser creativa, aprendiendo un nuevo oficio: el de tatuadora. Esto seguramente no soprenderá a muchos, si consideramos que Brooke está casada desde el 2019 con el artista del tatuaje Kyle England, y cualquier que le haya dado un vistazo a su Instagram sabe que desde un tiempo para acá su piel se ha convertido en su lienzo predilecto para la tinta. Brooke ya ha perdido la cuenta de cuántas veces se ha tatuado, y para ser honestos, la tinta simplemente forma parte de su look, como ella misma lo explica a L’Officiel:
“Creo que (esta idea de mi estética) se deriva de la escena de los clubes. Me mudé a San Francisco cuando tenía 17 años y no paraba de ir a bares de mala muerte como Aunt Charlie’s y el distrito de Tenderloin. Me juntaba con muchos artistas que me ayudaron a salir de mi caparazón, porque crecí en los suburbios donde todo estaba muy homogeneizado. Ir a un lugar como ese, donde reina la libertad y la comunidad queer es como la comunidad dominante, me enseñó que podía ser yo misma y tener esencialmente cualquier estética que quisiera, independientemente de lo raro que la sociedad pudiera pensar que era”.
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Dice que su primer tatuaje es realmente vergonzoso: “son solo tres botones en mi muñeca derecha. Ni siquiera recuerdo habérmelo hecho, lo cual es realmente extraño. Y mi segundo tatuaje fue un sofá que acabó pareciendo una prensa de panini. Creo que mis tatuajes se están volviendo poco a poco más reflexivos y bonitos. Pero empezaron siendo un poco ordinarios, lo cual está de moda ahora, así que me funciona”.
Fue en Instagram donde a finales del año pasado reveló que luego de un buen tiempo aprendiendo iba a comenzar a tatuar profesionalmente como un escape creativo y como una extensión de lo que ya hace. “Tatuar me salvó la vida todos los días en el 2020”, dice, mientras por los momentos está atendiendo a algunos clientes en el estudio Rose Tattoo de la ciudad de Nueva York. “El término outsider puede ser problemático porque conlleva nociones de condescendencia: ingenuidad, indignación o ignorancia. El trabajo de Candy elude estas connotaciones, destrozando los ideales arcaicos que mantienen las instituciones tanto del las bellas artes como del tatuaje tradicional”, dice el estudio en su página oficial.
“Candy rompe con las limitaciones intrínsecas que proliferan entre esas compartimentaciones idealistas… arte/artista y tatuaje/tatuador. Su trabajo es una refrescante reparación de la brecha… que trasciende sin problemas la rigidez de dicha clasificación. Estamos muy intrigados por ver cómo extiende su vivaz energía y destreza a este nuevo medio”.
Brooke cuenta que cuando sus problemas de salud mental eran fuertes, solía hacerse tatuajes más oscuros, satánicos y tristes, pero luego de conocer a su esposo, Kyle, ha comenzado a incorporar elementos más tiernos sobre su piel, desde mariposas hasta ángeles. “Es muy lindo ver el contraste sobre mi piel”, dice.
Por los momentos, su estética como artista del tatuaje es variada: va desde la cultura pop hasta lo más old school, con llamas, bolas de billar, dados y cartas. Por los momentos, se considera una principiante, aunque ya tiene muchas solicitudes de citas.
En cuanto a su música, no tiene intenciones de parar. Su álbum debut le dio las herramientas para sentirse liberada como mujer y como artista, y esto es solo el comienzo: “quiero que Sexorcism ayude a los reprimidos”, dice, “por eso el sexo está tan presente en mi música y mis performances. Mi objetivo es la liberación sexual y una especie de revolución sexual”, cuenta. “Ese es mi sueño. Soy una defensora de las trabajadoras del sexo. Creo que están maltratadas. Legalizar el trabajo sexual permitiría a las trabajadoras del sexo sentirse empoderadas e impulsadas. Les daría motivación para enfrentarse al mundo. Eliminaría las enfermedades y el estigma del sexo”.
Así finaliza: “Quiero hablar a cualquiera que se sienta marginado o a cualquiera que se sienta privado de sus derechos o que esté privado de derechos. Quiero crear música que pueda sonar en todos los clubes gay del mundo, porque esa es mi gente”.
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